miércoles, 5 de mayo de 2010

El efecto Pigmalion

El mito de Pigmalión, descrito en otras lecciones, aquí se estudia de nuevo.
Resumamos la esencia del relato. Pigmalión era un rey de Chipre que se enamoró de una estatua de mujer que él mismo esculpiera.
Apasionadamente cautivado por su creación, ya que era indiferente a las hembras mortales, dirigió fervorosas plegarias a Afrodita para que le diese vida a su obra.
La diosa, conmovida, dio soplo de vida al mármol inanimado.
Pigmalión, la llamó Galatea (lo que significa, blanca como la leche).

El análisis y la moraleja de este mito
Pigmalíon era un rey que ignoraba a sus súbditos mientras se dedicaba a esculpir sin que le importara lo que de él se esperaba — que era, simplemente — que gobernara a sus súbditos.
Soberano caprichoso, que en lugar de reinar, se dedicaba a tallar.
Cincelaba estatuas de mujeres bellísimas, rehusando creer que alguna mujer viviente pudiera ser merecedora de su compañía.
Porque, para ser digna de su aceptación, tenía que provenir de sus manos de escultor.
Nada sabemos del originador de la leyenda.
Como persona, el cuentista nada nos dice de Pigmalión como niño, ni de sus padres tampoco. Nada conocemos de lo que su vida fuera antes de ser rey.
Parece ser que quien urdiera la fábula pensó, que con sólo describir el drama de una mujer de piedra adquiriendo vida, para satisfacer emocionalmente a un monarca vano, eso bastaría.
Bueno, basta y sobra, como, a continuación, veremos
Pigmalión
El carácter Pigmalión es un hombre narcisista y absorbido de modo absoluto en sus placeres y aspiraciones artísticas o caprichos o berretines del momento. No tiene que competir para obtener sus logros en la vida, ya que, habiendo nacido rey nada le queda por lograr.
Llegó a la cima de sus éxitos por nacimiento — como hacen los hijos de privilegiados.
No tiene por que superarse, ni tuvo necesidad de hacerlo.
El rey es absoluto
No puede que hubiesen mejores escultores y, no los habrían, porque nadie se atrevería a superar al monarca.
Como sucede con el hijo varón que teme superar a su papá…
Como hombre, Pigmalión, fue controversial en sus inclinaciones psicosexuales.
Como persona llena la ambición de algunos niños: da vida (‘pare’) a un ser viviente que de él proviene. Lo hace sin ganar el amor de una mujer.
No tiene por qué hacerlo. La alegoría es generosa, le da como descendiente, una hembra, y, un varón, al que nadie menciona. De tal manera, no tiene por qué temer a nadie que anhele ocupar su turno en el trono. Como el patético Charles de Windsor.
No hay triángulo de Edipo que lo atemorice.
Tuvo una hija, la cual se menciona de manera escasa en el mito. Poco conocemos del destino de Metarme, como poco sabemos del de Galatea, quien, dicen algunas leyendas, terminó retornando a su estado de mármol original…
Lo que aquí, la leyenda confirma, es la realidad de que el niño teme superar al más fuerte de sus dos padres, en este caso, superar al papá — como aprendiéramos en las relaciones triangulares y como Freud, nos enseña en el complejo de Edipo.
Este horrible temor de las represalias posibles, que siguen al ser exitoso, es debido al hecho de quien es exitoso debe de ser castigado por atreverse a superar al progenitor del propio sexo.
O se lo expele del Jardín del Edén o se le penaliza, como con Prometeo se hiciera, por robar el fuego de los dioses.
Muchos individuos no logran superar esta crisis normal del desarrollo y se ‘gradúan’ de hombres, convirtiéndose en personas pasivas y dependientes del afecto incondicional de una mujer a quien controlan y dominan emocional e inmaduramente — Con ella, se hacen enfermos para aspirar a ser cuidados como las madres lo hacen con sus hijos entristecidos.
Otros, por, constitución más agresivos y altaneros, odian a toda mujer, porque la envidian. La odian, porque quisieran ser ellos quienes fueran admirados por los hombres, mientras que pretenden su amor por la mujer.
Pero, no pueden hacerlo, porque ellos no saben el significado de lo que es cariño para darlo a otros.
Sexualmente se creen superdotados anatómicamente y como amantes se creen superiores — pero, no importa lo que, en realidad sean, a pesar de sus ínfulas, son y se sienten inferiores.
Se consumen en los fuegos fatuos de sus falsedades.
Las relaciones afectivas las establecen con dominancia absoluta.
Hacen obsequios, pero lo hacen para que sus magnificencias se conviertan en esclavitud para quienes son recipientes de sus presentes. Pretenden ser generosos. Pero, lo que no logran dar es amor, porque el fondo de sus afectos está vacío.
Son seres vanos, prepotentes, quienes asimismo son cobardes, porque el temor los aparta del hombre fuerte.
¿Hombre fuerte? ¿Quién es? ¿Qué es?
Respuesta: Ser de apariencia escasa, eso lo define.
¿Cuántos hemos conocido en la vida? Muy pocos.
No, no son los guapos del mundo, ni los militares que lucen como arbolitos de navidad cubiertos de medallas. El hombre fuerte se desconoce porque no hace ruido ni pregona sus atributos.
El hombre fuerte ama a su mujer, protege a sus hijos y permanece esencialmente dispuesto a dar su vida por aquello que reverencia, sin hacer alardes públicos para que otros sepan, como hacen los fanfarrones, que ellos existen.
El hombre fuerte conoce el amor y sabe que en éste, el sexo es importante — pero que no lo es todo.
Las mujeres, ignorando estos conocimientos, se confunden y creen en los cuentos que hacen los ‘Pigmaliones’, que las menosprecian, luego de seducirlas.
¡Mujeres! Escuchen…
Mujeres, cuando confronten al Pigmalión que las tortura — sean o no figuras pétreas — como lo fuera Galatea, antes de adquirir forma humana.
No les permitan que de ustedes se adueñen, o que las hagan recipientes de la admiración y del respeto que de ustedes no merecen.
Más que nada, cuídense del ‘amor’ de estas personas, porque siempre termina mal, como termina todo asunto de naturaleza desigual.
Porque, una cosa es poder seducir y comprar, y otra es poder ganar el amor incondicional y sincero de una mujer devota.
Proeza que sólo hombres que son realmente fuertes logran.

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